18.4.05

Philip K.Dick

Fragmentos del germen de Blade Runner:¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? "Y aún sueño que pisa la hierba caminando espectral entre el rocío atravesado por mi canto alegre. Yeats -En un ruinoso edificio, vacío y gigantesco, que en su día había alojado a miles, un solitario aparato de televisión pregonaba sus mercancías en un salón deshabitado. Esa ruina sin dueño había sido bien cuidada y mantenida antes de la Guerra Mundial Terminal. Allí estaban antes los suburbios de San Francisco, a muy poco tiempo por el monorriel rápido. Toda la península parloteaba como un árbol lleno de pájaros, de vida, de quejas y opiniones; pero los cuidadosos propietarios habían muerto ya o emigrado a un mundo colonia. Especialmente lo primero. Había sido una guerra costosa a pesar de las valientes predicciones del Pentágono y de su presumida criada científica, la Rand Corporation, que en efecto había tenido su sede cerca de ese lugar. Como los propietarios de los edificios, la corporación se había marchado, evidentemente para siempre. Nadie extrañaba su ausencia. Además, nadie recordaba hoy por qué había estallado la guerra, ni quién —si alguien— había ganado. El polvo que había contaminado la mayor parte de la superficie del planeta no se había originado en ningún país particular, y nadie lo había previsto, ni siquiera el enemigo durante la guerra. Primero habían muerto —era extraño— los búhos. Eso había parecido entonces casi divertido: esas aves gruesas, plumosas, blancas, caídas en los parques y las calles... Como no aparecían antes del crepúsculo, y así había ocurrido cuando vivían, los búhos pasaron inadvertidos. Del mismo modo se manifestaron las plagas medievales. Muchas ratas muertas. Sin embargo, esa plaga había descendido desde lo alto. Y después de los búhos, por supuesto, todas las demás aves; pero para ese momento el misterio ya había sido comprendido- -Un silencio que emanaba del suelo y de las paredes y parecía generado por una vasta usina lo golpeó con tremenda energía. Brotaba de la moqueta gris en jirones, de los utensilios total o parcialmente destrozados de la cocina, de las máquinas muertas que no habían funcionado en ningún momento desde que Isidore había llegado. Rezumaba de la inútil lámpara de pie del cuarto de estar, combinándose con el que descendía, vacío y sin palabras, del cielorraso manchado por las moscas. En realidad, surgía de todos los objetos que tenía a la vista, como si él —el silencio— se propusiera reemplazar todos los objetos tangibles. Por eso no solamente afectaba sus oídos sino también sus ojos: mientras contemplaba el aparato de televisión inerte sentía el silencio como algo visible y, a su modo, vivo. ¡Vivo! Con frecuencia había percibido antes la severidad de su cercanía: cuando llegaba, irrumpía sin delicadeza, evidentemente incapaz de esperar. El silencio del mundo no podía refrenar su codicia. Y menos ahora, cuando ya virtualmente había vencido-

1 comentario:

Anónimo dijo...
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