13.8.14

Bucólico

Empujamos la puerta de madera

y frente a la iglesia cancelada

había un cementerio pequeñito.

Solo dos lápidas enormes

con sus correspondientes fotos

sobre el mármol negro

relucian.

De tanto en tanto

había piedras oscuras

que emergían de la hierba segada,

señalando seguramente

el sitio de añejos esqueletos

ya sin nombre ni historia.

Olía a heno y a tilos.

Alguien, (probablemente niños)

había dejado cerca de la entrada

al lado de una tumba

una incorpórea lápida:

un cuadrilátero de rosas.

De esas flores de tela

que muchos ponen a sus muertos

el día de difuntos.

Curiosamente parecían

haber surgido de la tierra

encarnadas y vivas

entre tanto olvido.

Antes de volver sobre mis pasos

y cerrar la puerta pensé,

-no es mal lugar para el descanso eterno

Aquí hay tanta quietud,

ese perfume manso

y el rumor del río…

No, no es mal lugar…