Perdí mi corazón en el centro de un complejo laberinto y no recuerdo la ruta ni existe un hilo de Ariadna que me guíe. Se comieron las migas los pajaritos y una bruja de dedos largos y huesudos me hunde el índice entre las costillas para ver si estoy a punto y descorazonada irremediablemente.
La vieja se ríe quedamente, sabedora de que mi mal no tiene fin, cazadora de imposibles, solitaria y nómada hasta cuando mis huesos sean polvo mezclado con el viento.
Una osamenta pulida por el viento de la enfermedad.
La piel exhausta apenas te cubría.
¿Dónde estabas?
Allí no.
Pero lleno de vida
Bailabas en la luz de mi memoria.