La casa conservaba su olor
pese al tiempo pasado.
Mi padre deambulaba por las habitaciones
evitando acercarse al núcleo del dolor.
El perfume era màs intenso en el dormitorio,
me acechaba como un depredador a su presa.
Respiré hondo y abrí el armario.
El espejo me devolvió mi imagen casi de perfil
alargando el brazo para coger las prendas.
Allí estaba su traje ocre con ribetes negros
chaqueta y falda pulcramente colgados.
Reconocí los vestidos que usaba a diario
y aquel de fiesta verde con estampado de flores
con el que estaba tan guapa...
La manga de la blusa me golpeó en el estómago
El foulard de seda que le trajeron de París
me cerró la garganta
como la soga de una horca.
El monstruo del armario era el amor
y me trituraba entre sus garras
El espejo me mostró encogida
mientras sus zapatos, con las puntas
levemente inclinadas hacia adentro
me llenaban los ojos de dolorosas espinas
y me daban el golpe de gracia.
Lloré escondiendo la cara en un abrigo.
Perdí mi corazón en el centro de un complejo laberinto y no recuerdo la ruta ni existe un hilo de Ariadna que me guíe. Se comieron las migas los pajaritos y una bruja de dedos largos y huesudos me hunde el índice entre las costillas para ver si estoy a punto y descorazonada irremediablemente. La vieja se ríe quedamente, sabedora de que mi mal no tiene fin, cazadora de imposibles, solitaria y nómada hasta cuando mis huesos sean polvo mezclado con el viento.