Esto lo escribí al día siguiente de las elecciones, y no lo colgué aquí porque a veces se le pasa a uno el arroz y un texto queda como desfasado y secundario ante otras urgencias. Pero hoy, oyendo insensateces previsibles ante la declaración de los cabrones de ETA, creo que es oportuno que lo ponga aquí, al menos como expresión de mi repudio al fascismo de uno y otro lado, y de mi decisión de ir a votar aunque deba arrastrarme hasta las urnas, (y de votar doble si fuera posible) por el socialismo.
Creo que Zapatero se equivocó en la forma de encarar la negociación, pero no en la intención, y creo también que hoy no sólo hay que apoyarlo, sino denunciar la repetida hipocresía de los que llamaron ejército de liberación a los etarras y desde el comienzo no dejan de poner palos en las ruedas.
Es más, se les ve exultantes ante la perspectiva de más violencia.
¿Cómo se puede ser tan capullo?
-Detesto las banderas.
Ya sé que no dejan de ser un pedazo de tela cargado de atributos, admito que muchas son bonitas, admito también que las personas puedan conmoverse con ellas, pero yo las quemaría a todas, TODAS sin excepción, en la hoguera de San Juan, y dejaría como supervivientes a los banderines de papel de las noches de verbena y fiesta. Y estos días pasados he visto agitarse demasiados trozos de tela al son de cantos que aún me gustan menos que las banderas.
Detesto también tener que votar al menos malo de los malos.
O al menos malo de los malos con posibilidades de acceder al poder, eso me pone de los nervios, pero peor aún me pondría si algún acólito del Ansar o de ése de la boca obscena y mentirosa ganara más terreno porque yo no hice nada para impedirlo.
Y aunque no me crea el mensaje políticamente correcto de unos, no puedo imaginar que alguien sensato esté de acuerdo con cosas como que la inseguridad ciudadana esté directamente relacionada con la inmigración o perlas por el estilo. Es que da asco y me ponen muy difícil el ejercicio de reflexión necesario para no desearles que les abduzcan y les dejen en pelotas en medio de uno de esos países de los que vienen los indeseables inmigrantes, a ver que discurso emiten por sus boquitas de piñón.
En ocasiones como ésta, ante la tentación de aniquilar a los cromagnones, uno de mis recursos es leer la opinión de alguien sensato y lúcido como Amos Oz, escritor israelí perseguido por los fanáticos de uno y otro bando.A veces no estoy de acuerdo con él, pero generalmente su sentido común me apabulla.
Transcribo aquí un trozo de una conferencia suya, para refrescar mi memoria y para que lo leáis si os apetece.
Yo creo que vale la pena hacerlo.
¿Cómo curar a un fanático?
¿Cómo curar a un fanático? Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta. Me temo que no sé exactamente cómo perseguir fanáticos por las montañas, pero puede que consagre una o dos reflexiones a la naturaleza del fanatismo y a las formas, si no de curarlo, al menos de controlarlo. Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos. La actual crisis del mundo, en Oriente Próximo, o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia. El 11 de septiembre no es consecuencia de la bondad o la maldad de Estados Unidos, ni tiene que ver con que el capitalismo sea peligroso o flagrante. Ni siquiera si es oportuno o no frenar la globalización. Tiene que ver con la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea. El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal. La gente que ha volado clínicas donde se practicaba el aborto en Estados Unidos, los que queman sinagogas y mezquitas en Alemania, sólo se diferencian de Bin Laden en la magnitud pero no en la naturaleza de sus crímenes. Desde luego, el 11 de septiembre produjo tristeza, ira, incredulidad, sorpresa, melancolía, desorientación y, sí, respuestas racistas –antiárabes y antimusulmanas– por doquier. ¿Quién habría pensado que al siglo XX le seguiría de inmediato el siglo XI? Mi propia infancia en Jerusalén me ha hecho experto en fanatismo comparado. El Jerusalén de mi niñez, allá por los años cuarenta, estaba lleno de profetas espontáneos, redentores y mesías. Todavía hoy todo jerosolimitano tiene su fórmula personal para la salvación instantánea. Todos dicen que llegaron a Jerusalén –y cito una frase famosa de una vieja canción– para construirla y ser construidos por ella. De hecho, algunos (judíos, cristianos, musulmanes, socialistas, anarquistas y reformadores del mundo) han acudido a Jerusalén no tanto para construirla ni ser construidos por ella como para ser crucificados o crucificar a los demás, o para ambas cosas al mismo tiempo. Hay un trastorno mental muy arraigado, una reconocida enfermedad mental llamada «síndrome de Jerusalén»: la gente llega, inhala el aire de la montaña y, de pronto, se inflama y prende fuego a una mezquita, a una iglesia o a una sinagoga. O sino, se quita la ropa, trepa a una roca y comienza a profetizar. Nadie escucha jamás. Incluso hoy, incluso en la Jerusalén actual, en cada cola del autobús es probable que estalle un exaltado seminario callejero entre gente que no se conoce de nada pero que discute de política, moral, estrategia, historia, identidad, religión y de las verdaderas intenciones de Dios. Los participantes en dichos seminarios, mientras discuten de política y teología, del bien y del mal, intentan no obstante abrirse paso a codazos hasta los primeros puestos de la fila. Todo el mundo grita, nadie escucha. Excepto yo. Yo escucho a veces y así me gano la vida.Confieso que de niño, en Jerusalén, yo también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente del poderoso discurso judío sionista de la época. Yo era un chico que lanzaba piedras, un chico de la «Intifada» judía. De hecho, las primeras palabras que aprendí a decir en inglés, aparte de yes o no, fueron British go home!, que era lo que los chicos judíos solíamos gritar a las patrullas británicas de Jerusalén mientras las apedreábamos. Tal vez sea hora de que toda escuela, toda universidad, organice al menos un par de cursos de fanatismo comparado, ya que surge por doquier. No me refiero sólo a las manifestaciones obvias de fundamentalismo y fervor ciego. No me refiero sólo a los fanáticos declarados, ésos que vemos al otro lado de la pantalla del televisor entre multitudes histéricas que agitan sus puños contra las cámaras mientras gritan eslóganes en lenguas que no entendemos. No, el fanatismo surge por doquier. Con modales más silenciosos, más civilizados. Está presente en nuestro entorno y tal vez también dentro de nosotros mismos.¡Conozco a bastantes no fumadores que te quemarían vivo por encender un cigarro cerca de ellos! ¡Conozco a muchos vegetarianos que te comerían vivo por comer carne! Conozco a pacifistas (algunos de mis colegas del Movimiento de Paz israelí, por ejemplo) deseosos de dispararme a la cabeza sólo por defender una estrategia ligeramente diferente de la suya para lograr la paz con los palestinos. No estoy diciendo que cualquiera que alce su voz contra cualquier cosa sea un fanático. No estoy sugiriendo que cualquiera que manifieste sus opiniones vehementes sea un fanático. Digo que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo. Es una plaga muy común que, por supuesto, se manifiesta con diferentes grados. Un o una militante ecologista puede adoptar una actitud de superioridad moral que le impida llegar a un acuerdo pero causará muy poco daño si lo comparamos, digamos, con un depurador étnico o un terrorista. Aún más, todos los fanáticos sienten una atracción, un gusto especial por lo kitsch. Al mismo tiempo, descubriremos que, a menudo, los fanáticos son sentimentales sin remedio.
Un querido amigo y colega mío, el novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia, que de vez en cuando tenemos todos, de ir en un taxi durante largo rato por la ciudad con un conductor que le iba dando la típica conferencia sobre lo importante que es para nosotros, los judíos, matar a todos los árabes. Sammy Michael le escuchaba y, en lugar de gritarle: «¡Qué hombre tan terrible es usted! ¿Es usted nazi o fascista?», decidió tomárselo de otra forma y le preguntó: «¿Y quién cree usted que debería matar a todos los árabes?». El taxista dijo: «¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no mire lo que nos están haciendo todos los días!». «Pero ¿quién piensa usted exactamente que debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?» El taxista se rascó la cabeza y dijo: «Pienso que deberíamos dividirlo entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a algunos». Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: «De acuerdo. Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: "Disculpe, señor, o disculpe señora. ¿No será usted árabe por casualidad?". Y si la respuesta es afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo –dijo al taxista– oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para disparar al recién nacido? ¿Sí o no?». Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo: «Sabe, es usted un hombre muy cruel».
Sigo pensando que detesto las banderas y que la hoguera con todas ellas sería magnífica, pero tomo nota ;)-
Ahora me voy a vomitar: por la declaración de los cobardes asesinos expertos en bombas y porque acabo de oír a Rajoy en su "brillante" conferencia de prensa.
Agggggggg.
9 comentarios:
Estoy contigo... y no somos pocos... El problema, como bien dices, es que la gente no vota... El la abstención sólamente beneficia a la derecha...
Tremendo el texto
Besotes
Esta es mi chica!!! cañera toda ella!! jeje
Si vieras el cabreo que tuve, tengo yo... agggggggg.
(Pero sí, seamos leves, los ratitos que nos dejen... jajaja)
Un besote, soplillo al viento.
Dalia yo estoy escamado ya de todos, pienso como tú pero me estan decepcionando también todos, quiero listas abiertas, doble vuelta y más transparencia.
Todavía recuerdo el Tamayazo al Simancas en Madrid, empieza a dar un poquito de asco todo.
Un beso.
¡Qué te voy a contar!
Odio las banderas.
Me trae sin cuidado la independencia o la autodeterminación de Euskadi, Catalunya o Vallecas.
Creo de más riesgo el terrorismo islámico que el de ETA.
He aceptado siempre sin quejarme los diálogos con mafias , secuestradores, chantajistas y abusones.
He tenido que tragar concesiones sociopolíticas a multinacionales, Iglesias e imperios.
Cuento muertes injustas y me salen más fuera de ETA que dentro...
Y así hasta el agotamiento.
Estoy hasta el gorro de ETA y me niego a que me lo impongan como la mayor preocupación de los españoles.
Hace ya tiempo que me salto todo lo referente a ETA. Y, como no leo los deportes, ni la publicidad acabo pronto de ponerme al día que se empeñan en inocularme.
El 23-3-2006, cuando se abrió un posible diálogo con ETA transcribí un cuento impresionante de Saki en el que el final que entonces temía ha resultado ser un cierto pronóstico.
Sobreviviremos.
Besos.
Por aquí padecemos lo mismo, esto es mundial.
He sentido asco, emoción, bronca y hasta risa leyendo tu post.
Desde ya te digo que me llevo el trozo de la conferencia de este escritor iraelí, porque me ha parecido brillante, superlativa y la quiero tener.
He alucinado con su idea de cómo curar a un fanático, te digo brotan, me aterra porque brotan fanáticos de lo que se te ocurra.
Un abrazo fuerte Dalia, espero que se te pasen las náuseas.
Es una pena.
Jamas saldremos de ahi con esa panda de politicos que tenemos, me da igual sea quien sea, no soy racista. A veces me asusto porque llego al punto en que no se si estoy comenzando a odiar, y no es bueno, la gente de armas lo hace...
En fin.
Me encanta Amos Oz y bueno, no tiene que ver con esta conferencia que es como una leccion para todos, pero te dejo un trocito de algo que he leido de el y me encanta, si puedes leelo.
"Por que a veces el gusto de estas olivas fuertes maceradas lentamente en ajo, aceite,
sal, limón, guindillas y unas hojas de laurel,
te transportan a un tiempo lejano: las grietas de la piedra, un rebaño, sombras y el sonido de una flauta,
el eco de un suspiro de épocas antiguas en un odre. El frío de una cueva, una cabaña escondida en una viña,
un porche en un melonar, una hogaza de pan de centeno y agua de un pozo. Estás allí. Te has perdido.
Esto es el exilio. Te llegará la muerte, una mano conocida se apoyará en tu espalda,
ven, es hora de ir a casa”.
El mismo Mar - Amos Oz
Un fuerte abrazo Dalia, uno muy fuerte desde muy lejos de Espana pero con el corazon igual de encogido.
Sólo puedo decir que en esa hoguera caben banderas y mentiras...esas que un día si y otro también escupen por radio, periódicos y alguna tele...uff...cuando habrá en este jodido rincón del mundo una derecha realmente democrática..besos.
Hola Dalia, después de mucho tiempo. La verdad es que tengo el mundo bloggero bastante abandonado... Sorry about that...
La verdad es que yo opino igual; la política se parece mucho a un vertedero en el que se van tirando mierda los unos a los otros... Y es que, sea por permanecer en el poder o llegar a él, los políticos no tienen demasiados escrúpulos en hacer o decir lo que sea, claro que aquí no estoy descubriendo nada nuevo... Y, sean del color que sean, desde luego el fanatismo es una actitud bastante frecuente en la política que tenemos más cercana... Para amargarnos la existencia, para eso están los políticos, o eso parece...
Más de una vez últimamente me he agobiado bastante, he llegado incluso a pensar que no quiero saber nada más de este lugar, irme a otra parte y que me dejen vivir en paz sin sus historias de nunca acabar... Y esto no va sólo por los que ponen bombas; me pongo enfermo ante tanta agitación de banderitas... Me dan náuseas.
Hay una canción del Sobrino del diablo, "Trapos", que trata sobre un gran día, el día en que se reúnan todas por última vez en una gran hoguera...
¡Fuego a las banderas!
Ojalá consiguiésemos que el mundo se preocupase por lo que realmente importa...
Un beso, Dalia, y hasta la próxima, que intentaré que no tarde tanto...
Bye! ;)
Banderas y fronteras, no deberian existir, no se hizo la tierra con limites, el hombre y su avaricia por el poder la fue dividiendo en trozos, tantos como paises, como ciudades, como pequeños pueblitos, entre unos y otros el mal entendido amor por su terruño ha dado paso a los fanáticos, peligrosos seres que junto a los politicos otros seres mas que peligroso solo estan para seguir quebrandonos, astillandonos, separandonos.
Mentiras y violencia, dolor, discriminacion, soledad y manos atadas para cambiar el rumbo. Pero es bueno leer que hay gente que piensa y que odia todo aquello que solo nos fracciona.
Un saludo desde argentina, país por demas sobrepasado de politicos corruptos y fanáticos que no saben porque votan lo que votan.
Excelente texto, ha sido un placer saltar del blog de torosalvaje al tuyo
anngiels
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