Roma se estira
bajo el ultimo sol del verano
y el Tíber corre lento
con su calma de siglos.
Cruzo el puente de Sant'Angelo
los ángeles bellísimos
me miran desde arriba
con las alas trabadas por la piedra,
sosteniendo en las manos
la pasión derramada sobre el mármol.
Un violinista solitario
toca un adagio pausado y melancólico.
Extraña sensación de paz
cubriendo el mundo
en esta Roma invadida por los bárbaros
entre los que ahora me cuento.