Recuerdo ese terrible y bellísimo poema llamado Sudánica, y pienso: más allá hay monstruos.
Más cerca, también.
Hacen que las niñas sean viejas con apenas doce años, y que las moscas vuelen sobre el vómito de Baba, que lloraba mientras mataban a su madre.
Braceo y el mar se enfurece.
El campo de rosas que me pareció ver en el horizonte se ha esfumado, trato de recordar la rosa de King, el poema de Clara Janés -su corazón era un círculo negro, y cada pétalo un nido secreto- pero de aquello sólo persiste el negro, el niño pequeño y negro que pide su "siroppe" para calmar su fiebre y su diarrea.
El infierno es una rosa seca.
Cojo aire y avanzo, detengo mi memoria en algo dulce:" Un pájaro que murió me dio un consejo:ten siempre en la mente el vuelo".
Pobre pájaro, pobre Forug Farrojzad... aquella iraní que pedía poco (o todo, según se mire) libertad, dignidad... un Regalo:" Yo hablo de la profundidad de la noche, de la abismal oscuridad. Si vienes a mi casa, amor, tráeme luz. Y una ventana para que pueda ver la felicidad de aquella calle abarrotada"
Me hundo con las mujeres de Irán, perseguidas por la ropa que llevan, pisoteadas por los hombres en nombre de Alá.
Pido ayuda a los ángeles y tal vez porque no creo en ellos no hay respuesta. Los mutilados y hermosos ángeles de la Plaza Nueva son carne inerte,bronce entre los azahares,una belleza muerta.
Estoy rabiosa y triste y los poemas se deshacen como papel viejo,polvo,ceniza.
Y no hay milagros.