Perdí mi corazón en el centro de un complejo laberinto y no recuerdo la ruta ni existe un hilo de Ariadna que me guíe. Se comieron las migas los pajaritos y una bruja de dedos largos y huesudos me hunde el índice entre las costillas para ver si estoy a punto y descorazonada irremediablemente. La vieja se ríe quedamente, sabedora de que mi mal no tiene fin, cazadora de imposibles, solitaria y nómada hasta cuando mis huesos sean polvo mezclado con el viento.
11.5.05
Dos copas de Gimferrer...glamour y desesperación.
EN INVIERNO, LA LLUVIA DULCE EN LOS PARABRISAS...
En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras
brillando hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel
en la solapa del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla,
el erizo de mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar
tu nombre.
Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, o jos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar...)
Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de
sirenas nevadas.
Todas las noches, en el snack,
mis ojos febrües la vieron pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban entre nieve y neón.
Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa,
las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido
en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
arrecifes,la muerte.
Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!
Los asesinos llevan zapatos de charol.
Fuman rubio, sonríen.
Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista.
Los cantantes.
Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
magnética.
EN LAS CABINAS TELEFÓNICAS
En las cabinas telefónicas hay misteriosas inscripciones
dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos
de los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a esta hora está muerta en el
Depósito aquella cuyo cuerpo
era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas notas
conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro
que besamos una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos,
y tenía los ojos muy azules,
y hablaba siempre en voz muy baja- se llamaba Nelly
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
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