Perdí mi corazón en el centro de un complejo laberinto y no recuerdo la ruta ni existe un hilo de Ariadna que me guíe. Se comieron las migas los pajaritos y una bruja de dedos largos y huesudos me hunde el índice entre las costillas para ver si estoy a punto y descorazonada irremediablemente. La vieja se ríe quedamente, sabedora de que mi mal no tiene fin, cazadora de imposibles, solitaria y nómada hasta cuando mis huesos sean polvo mezclado con el viento.
1.5.05
Fotografía
Entre el olor a tiza notaba ese perfume de las rosas de mayo entrando por la ventana.
El sol le bruñía el pelo y la pelusa del antebrazo apoyada sobre el libro.
La trenza caía como una larga espada de oro por su espalda.
Se quedó fascinado mirándola, perdido en ese espacio y ese tiempo como eternos, dejando que el momento le impregnara para siempre.
Ella se giró y le miró y él comprendió lo que sienten los ratones frente a las cobras: una total debilidad ante la certeza de los centelleantes colmillos clavándose en la piel un segundo después. Pero no importaba... nada importaba salvo ella y el olor a rosas.
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